Volando con las alas de la libertad
Cuando estaba en la escuela secundaria comencé bebiendo alcohol. Siempre buscaba los momentos para quedarme sola o le decía a mi mamá que tenía que estudiar para encerrarme en mi cuarto y beber a escondidas, con lo que muchas veces me dormía borracha a las 6 de la tarde.
Mi familia no se daba cuenta porque mi papá era un adicto y mi mamá tenía suficientes problemas con mi papá y buscando los medios para sacarnos adelante, y no tenía tiempo para andar detrás de mí todo el día y vigilar lo que hacía.
En 1996, cuando tenía 16 años, conocí a unas personas que fumaban marihuana y la probé. Ese hecho fue la entrada súbita al mundo de las adicciones que en tan sólo 2 años me condujo a la deserción escolar, a vivir en situación de calle y pelear día a día con cuchillo en mano para vivir un día más, hasta que finalmente terminé en la correccional de menores.
A la semana de haber probado la marihuana, comencé con las pepas (medicamento psicotrópico), con alcohol para obtener un efecto alucinógeno. A las pocas semanas de este hecho, estaba en una fiesta y sentí un bajón de energía, fue entonces que probé la cocaína para sentirme mejor.
A las dos semanas de haber probado estas substancias, yo quería más, ya no me era suficiente y mi tolerancia fue mucho mayor en un breve periodo de tiempo y como la cocaína ya no la podía costear, comencé con el bazuco (pasta a base de cocaína muy procesada, barata y altamente adictiva). Como seguía sin sentirme satisfecha, comencé a mezclar todo tipo de drogas.
A los siete meses de haber probado la marihuana, ya había escalado a todo este tipo de substancias y seguía sin sentir una satisfacción. Fue entonces que decidí inyectarme las drogas para obtener un efecto más rápido y duradero.
En este momento yo sentía que ya no podía parar, mi vida sólo era eso: consumir y conseguir qué consumir. En la escuela se dieron cuenta y me corrieron, lo mismo hizo mi mamá y comencé a vivir en las calles porque además ya comenzaba a robar para sobrevivir en este infierno (ya había vendido todo lo que estaba a mi alcance, hasta mi bicicleta).
Me instalé en el Cartucho de Bogotá. En aquel entonces era una zona de prostitutas, delincuentes, recicladores y mendigos, donde los drogadictos se juntaban en las llamadas ollas (apartamentos abandonados) para consumir. Viví ahí por unos cuatro meses junto con una persona que era expendedor de drogas ilícitas.
El Cartucho se asemejaba mucho al infierno que narra Dante Aligheri en la Divina Comedia. La vida era una auténtica jungla en la cual sólo sobrevivía el más hábil. Ahí podías morir por un fósforo, porque le caíste mal al de al lado o por un ajuste de cuentas. De las cosas más duras que me tocó vivir fue que me encontré con mi papá y terminamos siendo compañeros de consumo. Para aquel entonces también me inyectaba heroína.
Un día un hombre, quien era conocido por haber matado a muchas personas, intentó abusar sexualmente de mí. Yo me defendí como pude y con todas las herramientas que encontré a mi alrededor. Finalmente desistió del ataque después de que me metió 17 cuchilladas y fingí estar muerta, él me metió en un contenedor y esperé un poco (en los contenedores, además de basura, metían a los muertos del día). Cuando logré salir, caminé unas cuadras hasta que me encontré con el Ejército de Colombia quien me ayudó a llegar a un hospital.
La llamaron a mi mamá y le dijeron que tenía heridas mortales y que era muy probable que no sobreviviera. Me operaron de emergencia del corazón y me tuvieron que reconstruir la tráquea. Me recuperé en casa, me llevaron a un hospital psiquiátrico para rehabilitarme y sólo me inyectaban tranquilizantes para mantenerme sedada.
Cuando salí, concluí el bachillerato y me mantuve unos meses sin consumir. Un día regresé a la heroína y volví a vivir en las calles. Al poco tiempo me metieron en la correccional de menores por el cargo de robo continuado en un almacén de cadena. Mi condena era por un mes. Sin embargo, se aplazó 10 meses porque en la cárcel hacía mítines y mi comportamiento no era el más adecuado.
Estaba total y absolutamente fuera de control y sin ninguna intención de vivir o de tener una meta.
Ya estaba por cumplir los 18 años y ya me iba a corresponder la cárcel de mayores. Finalmente un día llegó el milagro más grande de mi existencia. El gobierno de Colombia becó a 6 personas de escasos recursos o en situación de vulnerabilidad para que realizaran el Programa de rehabilitación de drogas de Narconon. Me eligieron porque era la única que tenía el grado de bachiller.
Uno de los beneficios que nos otorgaban al realizar el Programa era reducir el tiempo de condena, además de que se borrarían los cargos. Yo pensé que sólo iba a estar cuatro meses, que cumpliría con el requisito y listo, que regresaría a consumir y delinquir en las calles.
Sin embargo, el Programa me atrapó para cambiarme la vida y la perspectiva de ella. A tal grado que cuando concluí quería ser miembro del persona. Sin embargo, por mi caso, no pude, pero me permitió reconstruir mis metas y sueños.
Al salir, me inscribí en la universidad y comencé mis estudios profesionales en Ingeniería en Sistemas, mismos que no pude concluir por la llegada de mis dos hijos. Fui madre soltera y me entregué a ellos. Trabajé haciendo manualidades, siendo recepcionista y con cualquier trabajo honesto que se me presentara.
Con el tiempo me pude inscribir nuevamente en la Universidad y me gradué con honores de dos carreras: Bibliotecología y Administración de la Información. Asimismo, con el tiempo, perfeccioné el inglés y aprendí portugués.
Todas estas herramientas me permitieron acceder a mejores trabajos. En un momento fui agente trilingüe y, a partir de ello, me empecé a emplear como ejecutiva en empresas trasnacionales. Un día me fijé la meta de tener mi casa. Ocho años de arduo trabajo y sacrificios me permitieron cumplir con ese sueño.
Mis hijos son muchachos de bien, el mayor se acaba de graduar de bachillerato con orientación militar porque quiere unirse al ejército colombiano y el menor concluye su bachillerato el año que viene.
El mundo de las adicciones sólo conduce a tres caminos: un hospital, la cárcel o la muerte. La vida me dio la oportunidad para escapar de la tercera opción.
Hoy no puedo estar más agradecida con la vida por todo lo que tengo y por todo lo que soy. Narconon me dio las herramientas más importantes en mi vida que son confrontar y manejar cualquier dificultad para poder florecer y prosperar.
Andrea, Graduada de Narconon Colombia